«De nuevo nos hallamos ante uno de los aspectos más perturbadores de la civilización industrial avanzada: el carácter racional de su irracionalidad. Su productividad y eficiencia, su capacidad de incrementar y difundir comodidades, de convertir lo que es superfluo en necesidad y la destrucción en construcción, el grado en que esta civilización transforma el mundo-objeto en extensión de la mente y el cuerpo del hombre llevan a cuestionar incluso la propia noción de alienación»

H. Marcuse, El hombre unidimensional

*PREOCUPACIONES TEMPRANAS. En la primera mitad del s.XX, diferentes humanistas ya vinieron a denunciar la deriva de nuestra civilización, en la forma de un nuevo humano paradigmático, que el frankfurtiano H. Marcuse denominó hombre unidimensional; por su parte, nuestro Ortega hizo hincapié en el peso sociopolítico que pudiese tener este humano masa, cuando se une a otros congéneres. Masa, peyorativo de colectivo o comunidad, sería lo que nos conjuntaría a los individuos, pero de manera alienada, es decir, cuando al estar en grupo, las personas perdemos consciencia individual (no confundir con individualismo), lo que además supone que se malogre nuestro espíritu raciocrítico. Todos estos pensadores[i] nos advertían de las potenciales consecuencias de que el estado másico se generalizase en demasía, ante graves acontecimientos concretos que se fueron dando, como cuando nos embarcamos en la Guerra Mundial en sus dos primeras partes, desastrosas conflagraciones que, más allá de los intereses político-económicos que pudieren hallarse en su trama causal, no hubiesen podido producirse en sus hiperbólicos términos si no hubiese contribuido a ello esta condición humana másica.

*MASA MECÁNICA y RACIO-MODERNIDAD. Fueron especialmente los frankfurtianos los que denunciaron las sociedades contemporáneas, no sólo las totalitarias (comunismo, fascismo, nazismo), sino nuestra incipiente sociedad de masas en el seno de democracias liberales, dominada a través de la industria cultural y los mass media (medios másicos): en todo ello, no parecían encajar los conceptos de nuestra tradición racio-moderna, como progreso, racionalidad o emancipación… dejándonos además un regusto un tanto amargo… ¿era eso (sea la opresión antihumana, la aniquilación inhumana o la masificación ahumana) lo que la racionalidad quería… a lo que nos había llevado la pretendida inteligibilidad de todo?… ¿cabe que no hayamos escuchado ‘bien’ el dictado de la razón… o es que, en definitiva, una fría razón instrumental, embargada por unos supuestos orden y progreso, sea el mismo germen de esos horrores de los que no nos hubiésemos sentido capaces? Esta reflexión nos obligaría entonces a distinguir entre una humanista tradición racio-moderna, y otra mecanicista (productivista, utilitarista, instrumentalista) tradición racio-occidentalista; esto nos obligaría en definitiva a los individuos de a pie a reconsiderar las condiciones del humanismo moderno, para, presentándonos en nuestros propios términos, evitar ser tan fácilmente manipulados, no dejarnos conjuntar como tal masa, ni permitir que se nos clasifique como clase.

*HUMANO POSMODERNO. No obstante, desde finales de la segunda parte de la Guerra Mundial, calados por la desesperanza y el terror termonuclear, los intelectuales occidentales, digamos que en su mayoría, o en su mayor impronta influyente (como Lévi-Strauss o Foucault), empezaron a transmitirnos una idea bastante anti-humanista, legado de la evolución objetualista-ontologista de Heidegger, que pretendía venirnos a decir que el hombre había muerto (estructuralismo y postestructuralismo), o que ya no importaba tanto (cierta hermenéutica), o que se había tornado tan ensimismado como débil (posmodernismo), de tal modo que el sujeto, como paradigma, venía a ceder ante el lenguaje (giro lingüístico), se entendiese éste más o menos como una estructura. Ello se daba como una reacción radical frente al sujeto moderno (frente a la consideración moderna del humano en relación al mundo -la physis de la antigüedad griega- y a Dios -del medievo-), pero, a diferencia de Nietzsche, en vez de súper-enfatizar el papel vital del humano, suponía su desintegración. En tal deriva, la más paradójica sería la del posmodernismo, que en principio parecía decantarse pro sujeto , y en contra de esos metarrelatos y metafísicas (como los de la razón) que se entendían como hormas artificiales a la libertad individual, lo cual derivaba en un relativismo onto-epistémico, que además parecía proporcionar al humano la posibilidad de construirse, por sí sólo o en la compañía social de otros, su propio mundo. Sin embargo, este egocéntrico y engreído humano ha ido resultando tan débil (ver Vattimo) como masa, a merced de un persistente mecanicismo (esa cierta paradoja), sólo que ahora en su modus más sibilino, operando y manipulando desde infraestructuras discursivas, mediáticas y sociopolíticas, haciéndole creer a ese individuo que todavía seguiría siendo el protagonista de la creación.

*INDIGNIDAD y MOLICIE. Por lo demás, en estado másico, el humano, aunque tenga problemas, no los quiere ver, desde una actitud de, tanto engreimiento, como de desidia, indolencia, apatía, pachorra, molicie, panfilismo, panolismo… de racio-felicidad (y racio-salubridad) y psicomodidad; esta situación así caracterizada supondría un escenario de indignidad. La consideración de la indignidad para con mi mundo y para con la vivencia humana en determinadas situaciones, partiría de una concepción equilibrada del mundo (del acontecer-ser objetual) y de la vivencia (subjetual): se considera como un propósito concreto un equilibrio en la contemplación y la gestión del mundo y de las vivencias, de tal modo que, a la par, se tiene la intención de trabajar los desequilibrios que pudiesen irse dando respecto de tal desiderátum de equilibrio.

*CREATIVIDAD y GESTIÓN vs. DESEQUILIBRIO. La mentada indignidad, y en específico esa psicomodaticia, se consideraría a la sazón como una forma de desequilibrio. Frente a la molicie y el control, catalizadores del estado másico en el humano, y así, verdaderos caldos de cultivo del odio, el humanismo debería apostar por la creatividad y la vida… ello a partir de una preocupación por la psicomodidad. Frente a todo ello, no sólo se anima a un estudio del discurso (que desenmascare la infraestructura -discursiva- que acompañaría a dicha psicomodidad), sino que, de modo esperanzador, desde una egología se propone un camino de gestión en equilibrio, general, y en específico emocional, en beneficio, no sólo de uno, sino de la convivencia. Pongámonos manos a la obra, piano piano…


[i] Cabe incluso mentar a otros no humanistas, como S. Freud y su Psicología de las masas y análisis del yo, particular intento de cuadrar la teoría psicoanalítica con aspectos socio-conductuales del humano, y de paso cargar contra instituciones colectivas, como la Iglesia o el ejército.

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