Odio, compasión y perdón desde una ética positiva

*AJUSTANDO la COMPASIÓN y el PERDÓN. Venimos expresando que los valores de fraternidad, perdón y compasión, tal y como nos han sido enseñados (ello en un modo de simplicidad), o por lo menos tal y como yo los haya interpretado, no parecen, ni operativos, ni acordes con la positividad que nos acabamos encontrando. Las fórmulas “ofrecer la otra mejilla” o “amar a todo el mundo”, a pesar de haberme en ocasiones aplicado con denuedo, yo por lo menos, no he sido nunca capaz de ponerlas en práctica, y menos después de ser padre, momento a partir del cual también me tuve que aplicar en gestionar relaciones en las que mi hijo era protagonista, a modo de víctima (en principio inocente). Con todo, desde este estudio se manifiesta una firme creencia en la posibilidad de un antídoto frente al odio y la toxicidad, pero ello debe acometerse, desde una convivencialidad, según escenarios operativos y una ética positiva.

*POSITIVIDAD y OPERATIVIDAD para con la ÉTICA: MEMORIA y EXPERIENCIA. Una ética positiva pediría que nuestros valores partiesen de lo que (nos) acontece (a cada uno de nosotros, agentes morales), y que nos permitiesen así mismo actuar de modo acorde:

  • La POSITIVIDAD supone que no se acepten valores que, consecuencialmente, incluso apriori, no podrían más que ser utópicos; a partir de aquí, y con la obstinación que en ocasiones me caracteriza, me comencé a preguntar si cupiesen un perdón y una compasión, pero reconceptualizados en otros términos, incluso si lo que hubiese reflexionado Jesucristo pudiese diferir de lo que nos hubiese llegado, en mi caso, a través de mi educación cristiano-católica;
  • La OPERATIVIDAD exige que los escenarios propuestos no atenten, ni siquiera como intentona, contra nuestras capacidades cognitivas, nuestra memoria y experiencia: debemos autogestionarnos de modo integrativo para con esos nuestros corazón y cabeza; animamos así a la elaboración de perfiles de nuestros contactos, en términos socio-emocionales, en los que el apartado dedicado al odio y la toxicidad ocupe un lugar clave.

*SER COMPASIVO en la PRÁCTICA del DÍA a DÍA. Ante el listón de una actitud compasiva que me parecía lejana a lo que yo podía hacer cada día, me hice la siguiente pregunta: ¿y si ya fuese compasivo…?, o mejor, ¿y si ya fuese lo suficientemente compasivo? Si ello fuese así, el éxito de mi intentona de ser tan compasivo como de inicio pretendiese (o más compasivo de lo que pudiese), estaría ya sentenciado, pues, si ya fuese todo lo compasivo que haya de (o pueda) ser, el pretender ser más compasivo, ineludiblemente, estaría abocado al naufragio. Y ello me llevó a otra pregunta: ¿y si sea el compasivo el único que se cuestione si ya sea compasivo?… ¿y si la compasión consistiese en eso, en no dormirse en el título de compasivo?… Me vino entonces a la mente toda esa atormentada reflexión de Nietzsche, en contra del igualitarismo, la compasión y el perdón cristianos (véase El Anticristo; contraria también a antiguas filosofías, ahora más de moda, como el Ubuntu africano), y me pregunté, si tal vez el maestro teutón fuese de raíz compasiva, sólo que también reactiva frente a todo hipócrita que se quisiera vender como compasivo. ¿Había intentado también Nietzsche ser compasivo, de manera comprometida, hasta que los embates de la vida y relaciones sociales le habrían hecho despertar de su sueño utópico?… ¿podría uno entonces estar excediéndose en su ánimo compasivo… podría uno permitirse el lujo de un exceso tal?…

*RECONSIDERANDO y POSTULANDO el PERDÓN como HERRAMIENTA EGOLÓGICA frente al ODIO. A mi meditación (ya de por sí bastante egológica) sobre la compasión, le acompañé otra sobre el perdón. Más allá de la reflexión ética, quise darle una vuelta a una psicológica sobre el asunto de las emociones, la cual nos llevaría a volver a profundizar en las raíces del odio. Pues bien, una pesquisa tal, una y otra vez nos devolvería el mismo resultado: la emoción, ni se crearía ni se destruiría, sólo podría gestionarse… por consiguiente, el odio, no se podría erradicar, ‘sólo’ moderar. Al extendernos hacia las relaciones sociopolíticas, una nueva positividad se nos aparecía, la de la enemistad: tenemos enemigos, con los cuales sería habitual que surgiesen tales actitudes y actos de rencor y venganza. La cuestión es que, no ya que los actos de venganza (la justicia por mano de uno) se hayan demostrado como perniciosos para la sociedad (como dinámica sin medida y sin fin), sino, y lo pongo por delante, que el aguacero del odio y el rencor deviene del todo devastador para con el propio individuo que los siente (que convive con ellos), de tal forma que, el primer beneficiado de una actitud/acto compasivo o de perdón, no sería el odiado (perdonable), sino el odiador (perdonante): debemos darnos cuenta de esto, que el primer perjudicado por el odio/rencor es la propia persona que lo siente (día tras día, tiempo tras tiempo), pues, sin duda, el odio es una emoción tan desbordada como arraigada, definitivamente tóxica y autodestructiva, que cualquier posible remedio, aunque sólo sea para mitigarlo, pues bienvenido sea. No me veía capaz de pedir amar al enemigo, pero sí me veo capaz de pedirle a alguien que perdone a dichos enemigos, para empezar porque ello es ‘bueno’ para su propia salud psíquica (y de paso para la de su familia). Así, una vez que nos hayamos elaborado el expediente de todos nuestros contactos sociopolíticos, de tal manera que tengamos constancia de nuestros enemigos (o, por lo menos, lo intentemos, con prudencia y determinación), debemos proceder a reconsiderar el papel de la compasión y el perdón: el individuo y la sociedad, siguen necesitando de un antídoto frente a los nocivos y destructivos rencor-venganza. Ante ello, mi posición es tajante: creo en la posibilidad de perdonar, de tal manera que…

El perdón no sólo es necesario, sino posible

*NO-ODIO. Entonces, si perdonar no pudiese consistir en olvidar o pasar página (demasiado inepto), ni en amar al enemigo (demasiado ilusorio), ¿cómo definir el perdón y ponerlo en práctica? Yo creo que conseguir no odiar al enemigo (no odiar al que todavía seguimos considerando nuestro enemigo) ya es un objetivo moral, no sólo loable, sino, de por sí, muy arduo… todo un reto. Así, ¿qué tal si, antes de por el tejado, empezamos por los cimientos?

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