«El odio es un pez espada, se mueve en el agua invisible y entonces se le ve venir, y tiene sangre en el cuchillo: lo desarma la transparencia»

P. Neruda, Testamento de otoño

*SEGUIMOS ODIANDO. Tras la Guerra Mundial en sus diferentes partes, y nuestra Guerra Civil, pareció que habíamos retomado esos ideales, antiguos o modernos, de racionalidad y fraternidad, llegando a considerar otros ánimos (véase el thanático o de destrucción) como enfermos, fruto de la demencia, incluso como no naturales. Con todo, en su momento, autores, a los que se suele tachar desde el otro lado como pesimistas (Schopenhauer y su voluntad, Freud y su deseo) para con la antropología, estimaron conveniente integrar en sus reflexiones e investigaciones determinados componentes que, aunque incómodos y perturbadores, no dejarían de ser naturalmente condición del humano. Un estudio de la convivencia no debería arrinconar o encubrir estas cuestiones, sólo porque nos hayamos creído que ya somos gente civilizada: entre nuestras emociones, seguimos odiando, y además no dejamos de hacer la guerra, en formatos más sutiles, o en otros más abiertos.

*METADISCURSO y CONVIVENCIA. Suelo comenzar mis reflexiones recordando una preocupación temprana, esa de la convivencia. Siendo hijos de la racionalidad occidental, pareció oportuno apoyarse en ella para intentar aportar soluciones discursivas a dicha convivencia, estimando el papel protagonista del discurso para con el entendernos. Para ello se consideró dotar al objeto de nuestro estudio, tal discurso, de un estatus (objetual) particular, a partir de un darse cuenta: el discurso no puede ser tratado como otros objetos de investigación, ya sea el acontecer-ser (natural o socio-humano), ya la vivencia privativa de cada persona. Ello nos llevó a la concepción de un nuevo nivel de discurso, el metadiscursivo (véase perspectiva tridimensional), desde el que justamente poder participar de, así como desarrollar, tal examen del discurso.

*GRANDES RELATOS: IDEALIDAD, RACIONALIDAD y CIENTIFICIDAD. Prontamente también pudimos percatarnos de que el discurso, y más a más el referenciado a la convivencia, no podría tratarse, ni de modo autónomo, ni de manera ahistórica, lo que nos llevó irremediablemente a la imbricación de lo discursivo (moral, teórico, práctico) con, tanto lo prediscursivo (regímenes de creencias), como con lo extradiscursivo (factores psíquicos –odios, emociones, afectos, intereses, actitudes subjetivas-, poder y socio-relaciones -políticas, económicas, geográficas, culturales). Confiados en nuestro trabajo a lo largo de los años, creímos haber dado con una batería de propuestas que ayudasen al llevarnos mejor, al comprender hasta qué punto lo que decimos-inteligimos (lo que discurrimos) pueda hallarse condicionado, ello tras cuestionar como faro el ideal de racio-cientificidad (de un discurso universal-objetivo y necesario), y con esto la tradición racio-occidentalista en la que había comenzado a derivar nuestra cultura moderna. Con ello, nos hacíamos eco de los reproches, ya sean los pioneros (desde los sofistas, a Hume o Voltaire), ya sean los más posmodernos, a su respecto, al respecto de los grandes relatos o diferentes metafísicas; con todo, y desde una raciocrítica deconstructiva, no rechazábamos el desiderátum (muy humano) de sentido y verdad[i], sino que ello lo articulábamos a través de una perspectiva poliédrica, la cual sugería un caminar, inicialmente divergente (distintos puntos de vista, tantos como individuos), pero estimulado por un ánimo convivencial que solicitaría lugares comunes y de inter-entendimiento.

*OBSERVANDO POSITIVAMENTE el SÓTANO (también desde el HUMANISMO): ODIO, PSICOMODIDAD y ESTADO MÁSICO. Todo este trabajo metadiscursivo, que había comenzado con la observación de los seres humanos y su sociedad, de nuestras relaciones sociopolíticas y afectivas, de cuestiones como la psicomodidad, el estado másico o las guerras culturales… era obligado coordinarlo con la continuación de una dedicación tal; así, se siguió invirtiendo tiempo en observar la positividad, en observarme, a la par que se inteligía sobre todo ello. Empezó a arraigar en mí la sensación de que, a pesar de ese esfuerzo racioempírico, algo se seguía escapando, algo seguía resultando esquivo… Esta evasividad pudiera deberse a unos ciertos ideales de racio-felicidad/salubridad (aristotélico anhelo de bienestar) y de racio-fraternidad (platónica pretensión de bondad ‘natural’ en los humanos), en el marco más general de la mentada idealizada racionalidad (ese ideal de racio-cientificidad, al que también podríamos adscribir un ideal de racio-productividad), todo lo cual parecía pujar por alejarme de la posibilidad de vislumbrar un originario núcleo problemático, el cual reivindicaba ser, primeramente descrito, para así ser atendido… pues ¿cómo atender, adaptarte, incluso entender-explicar, algo que no percibes, o que, aun percibiéndolo, lo niegas? De esta forma, había que describir a los seres humanos, a partir de lo que se observa, honestamente, sin tapujos, sin engalanarnos con lo que nos gustaría (o lo que consideramos que debería ser) que fuésemos, o que actuásemos… hay que aplicar esa guillotina humeana, aunque duela… y ello sin dejar de ser humanistas. Así, de partida, positivamente hablando, me atrevo a decir que somos seres sensitivos y materiales, con lo que lo sensitivo-material nos importa; además, somos interesados… tenemos intereses[ii]; también somos jerárquicos… dominamos y se nos domina; y, por supuesto, somos seres emotivos… odiamos[iii]. Y ese odio, más allá (o más acá) de discursos, es la base de nuestras socio-relaciones de enemistad, inter-penetrándonos desde nuestras profundidades (véase Schopenhauer), sobre todo cuando nos dejamos arrastrar por la psicomodidad, y en nuestros tratos convivenciales, especialmente cuando formamos parte de la masa informe deshumanizada.

*ESPERANZA y GESTIÓN EMOTIVACIONAL para con la TOXICIDAD. El odio, junto a la psicomodidad y el estado másico, son factores antitéticos en relación a nuestra deseada convivencia; con todo, de manera esperanzadora podemos estimarlos como desequilibrios (en el sentido más descriptivo del término); de hecho, específicamente al odio se le puede definir como una emoción natural, pero tóxica. Los humanos, gracias a otros que vivieron ya hace tiempo, deberíamos saber que, en pro de nuestro equilibrio personal, podemos gestionar nuestras emociones-motivaciones, señaladamente en esa su potencial toxicidad, para lo cual debemos interiorizarnos, de la mano de una serie de herramientas a nuestro alcance. Este sí que es un gran reto…


[i] Ello frente a propuestas radicales posmodernistas; entre éstas, quisiera destacar el pesimismo y desaliento (a modo de disolutivo aguarrás) del rumano, y francés de adopción, E. Cioran (véase, p.e., su El ocaso del pensamiento).

[ii] Ver Habermas y su Conocimiento e interés (1968).

[iii] Ver cortometraje “Si me pasara algo, os quiero”.

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