Guerras culturales

«Los guerreros victoriosos ganan primero y luego van a la guerra, mientras que los guerreros derrotados van primero a la guerra y luego tratan de ganar»

Sun Tzu, El arte de la Guerra

*PREDOMINIO CULTURAL y PRODUCCIÓN DISCURSIVA. Desde que el humano es humano, se halla inmerso, nos hallamos inmersos, en una interminable guerra cultural e intelectual, en la que se enfrentan discursos (dialéctica discursiva), así como modos de vida y sociedad[i]. En nuestro mundo del s.XXI, los superestados se seguirían enfrentando según este formato más sofisticado, en el que el objetivo a conquistar ya no serían territorios y cuerpos, sino espacios discursivos y mentes, a influir y persuadir (incluso manipular), aplicándose entonces las sociedades implicadas en producir comprensiones exportables a través de sus sistemas de industria cultural, que buscarían sacar rédito de nuestro preocupante nivel de psicomodidad. Es así que hoy es cuando con más claridad este enfrentamiento se nos expone, una vez que aparentemente se haya superado el concepto bélico tradicional, ya sea el caliente, ya sea el frío; en ello, las potencias imperiales, aún sin dejar de mirar por sus propios intereses en el marco de la disputa por el dominio mundial, parece que hayan aprendido, por lo menos, y hasta cierto punto, de la desastrosa gestión que supuso el s.XX[ii]. De esta forma, la convivencia, en el contexto global presente, y tras la caída del muro de Berlín, se puede interpretar en el estilo conflictivo de una serie de guerras culturales[iii], con un teatro que trascendería el concepto comunitario de aldea, a la par que el espacial de región, sustituidos entonces por el ámbito paninternáutico. Los humanos nos hallamos en medio de estas guerras, a menudo sin saber qué sacamos a cambio, salvo control, dominación y molicie, ello incluso desde nuestras propias culturas, capaces de vigorosamente condicionarnos en nuestras vidas.

*POSMODERNIDAD, CULTURA y CONDICIONAJE. Este fondo de agitación nos lleva a considerar hasta qué punto todo lo que discurramos, o hagamos, se halle condicionado, a partir de la pertenencia de los individuos a una determinada cultura, o su adscripción a una específica ideología[iv]. Pues bien, este estudio, y tras años de investigación, ha aceptado la idea (no concluyente ni excluyente, siempre abierta a debate, y posterior contrastación) de la universalidad del condicionaje discursivo: nuestros discursos, todos, se hallarían condicionados[v], de un modo u otro, sin excepción o escapatoria posible. Esta sería una idea que se podría considerar acorde con nuestra condición posmoderna, que supondría la abolición de la trascendentalidad kantiana[vi]; no obstante, se ha de decir que dicho condicionaje se podría entender en unos términos tan moderados como inevitables (p.e., perteneciendo a la cultura occidental, o a la que sea), o tan infraestructurales como deseosamente evitables (como sería el occidentalismo), una apreciación que intentaría superar determinadas derivas, también de nuestros tiempo, que aprovecharían el asunto del condicionaje para argüir en pro de una claudicación por parte del espíritu crítico. Todo ello nos lleva a reflexionar sobre lo que pueda hallarse como base causal (detrás, o debajo) de las guerras humanas en general, y de las culturales en específico, con la posibilidad inicial de estimar el choque de ideologías como un simple aspecto de la conflictividad general[vii].

*CHOQUE de IDEOLOGÍAS y PERNICIOSAS UTOPÍAS. Por parte de esta investigación raciocrítica y metadiscursiva (desde una perspectiva elevada), se pretende subrayar que la pugna de ideas, no sólo sea un aspecto tal de nuestras luchas, sino una causa fundamental de ellas, pues se supone que lo que discurrimos sea la forma en que justificamos nuestra actitud y conducta, incluidas la odiadora y la combativa. Además, nuestros enfrentamientos, sean más manifiestos, sean más sutilmente culturales, se agravan cuando se vienen a defender proyectos utópicos, lo cual es la mar de usual; tales proyectos serían desarrollados en un macro-marco de relaciones de poder, en el que se hallaría en juego la emancipación del individuo (el mismo tema recurrente de siempre, por lo menos para el humanismo), y, sea como sea, siempre acaban resultando como altamente nocivos para los seres humanos. Esta metaidea del condicionaje discursivo se fue perfilando tras años de investigación, que podríamos resumir en una serie de cuestiones guía al respecto.


[i] Los discursos, como las sociedades, buscarían hacerse con su cuota de poder, en lo que Foucault llamó juegos de verdad; véanse las dialécticas históricas hegeliana y marxista, cada una con su particular enfoque, idealista la primera, materialista la segunda.

[ii] Ver El siglo de la revolución (2017),  de J. Fontana.

[iii] Ver El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial (1996), de S.P. Huntington; la visión de Huntington, de hace ya más de 20 años, parece más acorde con lo que nos haya podido, y nos vaya a, pasar, en contraste con la de F. Fukuyama, y su El fin de la historia y el último hombre (1992).

[iv] Ya pioneramente expuesto por Marx, sólo que él, con su consabida distintiva intención sociopolítica, se dedicó a defender, con la ayuda de Engels, la incondicionalidad (asepsia, objetividad, cientificidad) del socialismo científico, ello a partir de la ‘evidencia’ del materialismo histórico, como una excepción al condicionaje discursivo; véase, para una mayor profundización, Guerras Culturales II: Marxismo.

[v] A diferencia del discurso del mentado socialismo científico, esta propuesta no pretende autoexcluirse de este meta-postulado (que no evidencia, ni dogma), de tal modo que se admite que estas palabras también habrían nacido a partir de un condicionaje; ¿paradoja?… bueno, se estima que la fórmula “idea no concluyente ni excluyente, siempre abierta a debate, y posterior contrastación”, que intencionadamente acompaña a esta exposición introductoria, pueda ayudar a superar la rigidez binaria que preside un entorno paradójico que, como tal, se haya necesitado de metaperspectiva, así como de flexibilidad, para poder ser resuelto como bucle intelectivo.

[vi] Entender la posmodernidad, como condición de nuestros días, es un reto exigente, que se enfrenta a una complejidad, precisamente una de las características más acordes con tal condición; el maestro Q. Racionero (se pueden consultar algunos de sus mejores artículos, entre los que destacan “La resistible ascensión de Alan Sokal: reflexiones en torno a la responsabilidad comunicativa, el relativismo epistemológico y la postmodernidad” o “La postmodernidad explicada a los estudiantes del arquitectura”) es uno de nuestros ensayistas que ha intentado, con gran arresto por su parte, aportarnos las pistas suficientes para dicho entender, que sería algo así como entendernos a nosotros como existentes en este tiempo; por nuestra parte, lo hemos sintetizado así, como “abolición de la trascendentalidad kantiana”, aprovechando con toda la intención la expresión de F. Jameson “abolición de la distancia crítica” (véase su afamado El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado), pero sin aceptarla; ello es de este modo pues se estima que no se debería confundir incondicionalidad (o necesidad, ya sea reflexiva o meta-reflexiva: Kant parecería referirse a ello, y creemos que es el metarrelato que más clara y generalmente cae en nuestra época) con objetividad: la reflexión, y más la meta-reflexión, puede aspirar a la objetividad, puede querer trabajar el condicionaje, desde la asunción del propio condicionaje, criticando el discurso… no se trata de criticar desde un lugar a-crítico y aséptico, sino de, asumiendo nuestra levedad, tanto discursiva como metadiscursiva, buscar objetividad (y verdad) cuestionando y criticado; la expresión jamesoniana sería (tal vez intencionadamente) ambigua: si distancia crítica suponga un privilegio aristocrático, entonces sea su abolición; si induzca a que aceptemos sin más la pluralidad de discursos (el “todo vale”), pues no es el caso, por lo menos en lo que a este punto de vista respecta… la crítica como labor cotidiana, y una cierta distancia (u objetividad) como empeño continuado, justamente hoy sería cuando más se precisarían.

[vii] Y que el marxismo habría reducido a lucha de clases.

Deja un comentario