«Las ideas no son responsables de lo que los hombres hagan de ellas»

W. Heisenberg

*PODEROSAS IDEAS. Querría iniciar nuestra reflexión ilustrándola con un momento cinematográfico que ayude a ponernos más en situación. En Inception (Origen), película del visionario Chris Nolan, en la parte introductoria, Cobb (Leo DiCaprio), un ladrón de ideas, acompañado por su ayudante Arthur (Joseph Gordon-Levitt), le explica a Saito (Ken Watanabe), una de sus pretendidas víctimas, lo que suponga una idea. Cobb le pregunta «¿cuál es el parásito más resistente?… ¿una bacteria… un virus… una lombriz intestinal?»; ante una cierta expresión de perplejidad por parte de Saito, Arthur se prepara para dar la respuesta explicativa, y comenta «lo que el señor Cobb intenta decir…», pero antes de que pueda extenderse, Cobb se adelanta de modo terminante, y responde «una idea», y añade «resistente, altamente contagiosa; una vez que se ha apoderado del cerebro es prácticamente imposible erradicarla; una idea totalmente formada y entendida se queda ahí aferrada». No sé hasta qué punto pudo influir esa película en mis ideas (es de 2010), o si Nolan había leído algo mío (ironía), pero el caso es que coincidimos bastante en el planteamiento al respecto de las poderosas y condicionantes ideas, y que en mi investigación caracterizo con el concepto de condicionaje discursivo.

*DISONANCIA COGNITIVA y CONDICIONAJE. El poder de nuestras ideas no sólo ha sido estudiado desde la investigación metadiscursiva (el asunto del condicionaje), sino por parte de la psicología, ello en relación con nuestro equilibrio psico-emocional: desde el psicoanálisis humanista de A. Adler o K. Horney, pasando por la terapia Gestalt de F. Perls, la terapia racional-emotivo-conductual (TREC o REBT) de A. Ellis, la terapia cognitivo-conductual (TCC o CBT) del centenario (y recientemente fallecido) A. Beck, hasta llegar a la programación neurolingüística (PNL). Entre ellos, vamos a destacar a un psicólogo social estadounidense, preocupado por el influjo de nuestras ideas sobre cómo nos comportamos en grupo, llamado L. Festinger. Básicamente, Festinger se preguntó a propósito de la reacción que se produce cuando en la mente de una persona se revelan dos discursos (ideas, principios, valores, actitudes) contradictorios entre sí, lo cual además nos vendría a provocar una incómoda falta de armonía interna: a este fenómeno lo denominó disonancia cognitiva, un término hoy ya al uso. Un típico caso sería cuando se nos presenta un acontecimiento que, por un lado aceptamos en principio como evidente (p.e., ahí tenemos un ave negra, que desde luego parece un cisne), y por otro estábamos convencidos de algo contrario (p.e., que todos los cisnes eran blancos). Alguien digamos que con una cierta visión idealizada de la racionalidad humana (p.e., K. Popper), diría que lo suyo sería que el individuo simplemente considerase falsada su creencia previa, y entonces la desechase tal cual, quedándose sólo con una de las ideas en contradicción, y restructurando su discurso (p.e., en definitiva, hay cisnes tanto blancos como negros). Pero la investigación de Festinger (y la positividad cotidiana) nos dice que cabe otro camino: hallar una justificación en pro de la consistencia entre tales dos discursos contradictorios, intentando preservar, sea como sea, la idea previa (p.e., eso no es un cisne, aunque se parezca mucho), aunque ello nos llevase a desarrollar un pensamiento sesgado (véase sesgo de confirmación, estudiado posteriormente por P. Wason): «un hombre con una convicción es un hombre difícil de cambiar», que se corresponde con lo que nos señalaba el sr. Cobb. Este planteo al mismo tiempo se puede entrever en estudios de la filosofía de la ciencia, como el de TS Kuhn, sobre la reticencia al cambio teórico o de paradigma.

*RESPONSABILIDAD INDIVIDUAL frente a PODER DISCURSIVO: TERAPIA METADISCURSIVA. Aunque meta-entender el poder del discurso supondría, lo primero, respetarlo así en su positividad, advirtiendo la reticencia al cambio en nuestras ideas, aceptando el condicionaje discursivo (pasivo-activo), la cuestión es que a ello se añadiría la caracterización de tal condicionaje como contingente (o no necesario) e histórico en su especialidad, de tal manera que, aunque no nos podamos librar en sí del condicionaje discursivo, sí podríamos cambiarlo en sus condiciones. Es decir, esta investigación considera, sí, el poder de las ideas, pero también el poder, así como la responsabilidad del sujeto, en su prerrogativa de reemplazar unas por otras (pensamiento crítico), ello a pesar de que tal empresa no sea ni mucho menos fácil. Ésta resultaría como una apuesta, no sólo progresista humanista (capacidad de cambiar el mundo a mejor) y socioconvivencial (aptitud para mejorar la convivencia), sino psicoterapéutica[i]. Esta función se podría resumir en estos puntos que permitirían una metaperspectiva y una actitud metadiscursiva:

  • Ser más flexible en mis estructuras discursivas, sin perder estabilidad;
  • Confiar de este modo en tales estructuras como soporte estable, aunque abierto a evolución;
  • No odiar a aquellos que usan otros patronajes estructurales, ni verlos como enemigos a perpetuidad;
  • No mitificar/endiosar a aquellos que pudieran estar detrás de la génesis de tales patronajes (figuras históricas);
  • No defender corporativamente siempre a aquellos que supuestamente son usuarios de un patronaje parecido al mío;
  • Alentar y encauzar así una vía de equilibrio emotivacional y convivencial;
  • En definitiva, mantener vivo el espíritu raciocrítico, ello sin sentir angustia/desazón, respondiendo de esta manera a los desiderátums que creo ver en la raíz de nuestra civilización, y que se sintetizarían en la emancipación del individuo, poniendo un punto de más consciencia al proceso en el que me veo inmerso como ser humano complejo.

[i] En la línea de la mentada terapia Gestalt de Perls, a quién de paso rendimos homenaje.

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