Humano masa, psicomodidad e indignidad

Humano masa, psicomodidad e indignidad

«De nuevo nos hallamos ante uno de los aspectos más perturbadores de la civilización industrial avanzada: el carácter racional de su irracionalidad. Su productividad y eficiencia, su capacidad de incrementar y difundir comodidades, de convertir lo que es superfluo en necesidad y la destrucción en construcción, el grado en que esta civilización transforma el mundo-objeto en extensión de la mente y el cuerpo del hombre llevan a cuestionar incluso la propia noción de alienación»

H. Marcuse, El hombre unidimensional

*PREOCUPACIONES TEMPRANAS. En la primera mitad del s.XX, diferentes humanistas ya vinieron a denunciar la deriva de nuestra civilización, en la forma de un nuevo humano paradigmático, que el frankfurtiano H. Marcuse denominó hombre unidimensional; por su parte, nuestro Ortega hizo hincapié en el peso sociopolítico que pudiese tener este humano masa, cuando se une a otros congéneres. Masa, peyorativo de colectivo o comunidad, sería lo que nos conjuntaría a los individuos, pero de manera alienada, es decir, cuando al estar en grupo, las personas perdemos consciencia individual (no confundir con individualismo), lo que además supone que se malogre nuestro espíritu raciocrítico. Todos estos pensadores[i] nos advertían de las potenciales consecuencias de que el estado másico se generalizase en demasía, ante graves acontecimientos concretos que se fueron dando, como cuando nos embarcamos en la Guerra Mundial en sus dos primeras partes, desastrosas conflagraciones que, más allá de los intereses político-económicos que pudieren hallarse en su trama causal, no hubiesen podido producirse en sus hiperbólicos términos si no hubiese contribuido a ello esta condición humana másica.

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Felicidad, psicomodidad y abismo

«Una vida sin examen no merece la pena ser vivida»

atribuida a Sócrates

*La BÚSQUEDA de la FELICIDAD. En mi cultura occidental, desde la filosofía clásica hasta la actual psicoterapia, así como en las conversaciones más familiares y cotidianas, es habitual plantear, de modo más explícito o más tácito, el asunto del sentido de nuestra vida en términos de búsqueda de la felicidad: venimos al mundo principalmente para buscar la felicidad (el bienestar, el encontrarse bien), en un entorno convivencial. Sin ánimo de arrogarme el papel del aguafiestas, creo que esta es una de las imágenes más perniciosas que heredé, y de las más difíciles cara a desembarazarme de ella, a modo de ideal de racio-felicidad (entre otras idealizaciones), parejo al de racio-salubridad (o de persona mentalmente sana). Yo, particularmente, creo que, a partir de un cierto equilibrio personal, venimos al mundo a aprender… claro que ello lo dice alguien al que le encanta aprender; con todo, yo, que nací a mediados de mayo, me reafirmo en que creo que venimos al mundo a aprender. Al respecto del aprendizaje, lo primero que se podría decir de él es que supone un esfuerzo, lo cual, de por sí, ya sería desagradable para algunos… tal vez, además de para aprender, vengamos al mundo para trabajar, donde trabajo no significaría unívocamente “invertir 10 horas diarias de faena en el campo, la fábrica o la oficina”.

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Psicomodidad como némesis emboscada

«Nadie cometió mayor error que el que no hizo nada porque sólo podía hacer un poco»

atribuida a E. Burke

*Del OPTIMISMO OCCIDENTAL a la SUSPICACIA. Tras la caída del muro de Berlín, hace algo más de tres décadas (sí, el tiempo pasa… de las pocas certezas) pudo parecer que, con él, también se hubiese extenuado para Occidente todo mal[i], incluso solucionado, sino todos los miedos, puede que uno de los más significativos, sino el más (significativo). Sin embargo, en vez de dejarse embelesar por un (supuestamente) merecido largo rato de sosiego, una percepción algo más suspicaz llamaría la atención sobre ciertas cuestiones que, como nimias, pudiesen haber pasado desapercibidas para alguien que no haya curioseado en profundidad sobre lo que nos hace ser cómo somos. Ello iría acorde con la índole de nuestro mundo, en el que parece que las apuestas y manifestaciones abiertas y ostensibles no estén de moda, seguramente que todavía asustados por lo que tales manifestaciones nos trajeron en la centuria pasada[ii]. Así, por un lado, cabe que nuestra beligerancia haya ido encontrado ese formato de guerra cultural, más llevadero, debido ello a la persistencia de nuestra ansia de dominación (económica, sociopolítica… la que sea); por otro, no deberíamos dejar que pasasen como inadvertidas, para con nuestra convivencia, dinámicas más cotidianas de crispación, odio y enfrentamiento (cfr. Schopenhauer) que nos sigan acompañando, como nuestra propia humanidad.

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