Masas y responsabilidad individual en geopolítica

«Como las masas, por definición, no deben ni pueden dirigir su propia existencia, y menos regentar la sociedad, quiere decirse que Europa sufre ahora la más grave crisis que a pueblos, naciones, culturas, cabe padecer»

J. Ortega y Gasset, La rebelión de las masas

*INDIVIDUO, MASA y GUERRA CULTURAL. Hemos animado a percatarnos de hasta qué punto el formato de colonización y lucha por el poder haya variado hacia éste de la guerra cultural, uno no novedoso (se puede considerar como siempre presente en toda conflagración), pero que hoy sería el más viable, debido a la idiosincrasia de nuestro mundo. Frente a ello, los humanos de a pie podría parecer que poco tengamos que decir en geopolítica, y más los de una sociedad psico-acomodada… pero mi opinión disiente: no cabría explicar cumplidamente las conflagraciones entre estados si, a su vez, no se tuviese en cuenta la aportación a ello de cada uno de nosotros. Aunque inicialmente un espíritu compasivo podría buscar amparar a los individuos, se ha de advertir que somos los individuos los que, al final, nos toca asumir la responsabilidad del devenir histórico: puede que los libros de historia no nos mencionen, pero ahí estamos, y nuestro papel jugamos, aunque a menudo de manera, no individual, sino conjuntados como masa [i] (peyorativo de colectivo o comunidad), y apareciendo ostensiblemente en escena cuando dicha masa tiene un peso específico, lo cual, habitualmente, acaba teniendo consecuencias desastrosas.

*ODIO y RENCOR: nuestras GUERRAS COTIDIANAS. En la línea de destacar factores sutiles que un primer y acostumbrado vistazo pasaría por alto, tampoco se puede admitir que en las guerras, sean convencionales, sean culturales, los individuos seamos simples peones utilizados, sino que contribuimos con nuestra cuota de odio, dinámica que exhibimos sin necesidad de embarcarnos en grandes combates: nos referimos, sí, al peso de cada una de nuestras pequeñas y habituales reyertas o guerras cotidianas. De esta manera, una observación empírica (sin despistarse por felices utopías) de nuestra convivencia diaria nos ofrecería un continuado resultado problemático, desde el cual se podría plantear hasta qué punto ello no pudiera ir a mayores, en el sentido de que uno entiende que, al final, si en casa pasa lo que pasa, no es de extrañar que en los foros de la alta política igualmente se diriman no otra cosa que repartos de recursos e influencias en un contexto de total suspicacia y divergencia. A través de las guerras culturales se seguirían entonces canalizando odios presentes y/o pasados, enquistados como rencores en lo más profundo de nuestras entrañas.

*GUERRA, CULTURA y CONDICIONAJE INFRAESTRUCTURAL. Lo que nos llevaría a la guerra en general, no sólo sería nuestras más atávicas pulsiones, sino todo un entramado discursivo, y, más sutilmente, uno metadiscursivo, que se desvela tras un examen del condicionaje. Los occidentales, como otros pueblos, seríamos víctimas, en estos términos, de nuestra propia cultura (de su discurso-metadiscurso), para nuestro caso en el modo de un centrismo occidentalista, que no dejaría de manejarnos, aprovechando, tanto nuestras positivas (en el sentido de concretas) tendencias disensivas, como nuestro estado másico (y piscoacomodado, básicamente sin espíritu raciocrítico), ello para su propósito supremacista, encomenzando por programarnos en consonancia. Con todo, aunque se acepte que estemos condicionados en nuestra forma de convivir y discurrir, ello no quiere decir que irremediablemente estemos abocados a la guerra; no obstante, sí que irremediablemente estamos abocados a moderar y equilibrar tal condicionaje (para que deje de ser infraestructural, para evitar que acabe siendo infraestructural), así como nuestro odio. Consecuentemente, cabe que desde un humanismo (y vs. un objetualismo mecanicista), gestionemos nuestra convivencia, para que esta no devenga en una continua guerra, embozada infraestructuralmente; en ello, el examen del discurso, y de nuestras estructuras prácticas sociopolíticas (que este estudio denomina escenarios), se tornan claves.


[i] Véase Ortega y su La rebelión de las masas, como canto humanista neomoderno.

Deja un comentario