Sesgo, condicionaje y raciocrítica

*DESCRIBIENDO y NORMANDO el INTELECTO. En algún momento, al expresar una idea u opinión, alguien cabe que nos haya advertido, incluso increpado, algo así como “eso que dices está sesgado”. ¿Y eso qué quiere decir? Bien. La investigación de la psicología cognitiva a propósito de nuestro intelecto puede adquirir básicamente dos enfoques, uno más descriptivo (cómo pensamos o inteligimos), otro más normativo (cómo deberíamos pensar o inteligir). Un sesgo, en principio, se definiría simplemente como un error cognitivo o intelectivo, con lo que, conceptualmente, estaría algo más arraigado al segundo enfoque propuesto, que, por su parte presumiría la existencia de un canon o norma sobre el intelecto; la cuestión es que ha habido investigadores que han intentado entender mejor el fenómeno psíquico que suponga el sesgo. Luego, una primera cuestión a tenerse en cuenta, y que acrecentaría el interés sobre los errores cognitivos, no sería ya la que podría aplicarse de modo específico a labores avanzadas del intelecto (como pudiese ser la de un ingeniero, al diseñar o mantener una presa, mejor o peor), sino la derivada de manera más general del poder de las emociones sobre nuestras ideas (y viceversa). Además, a ello habría que añadir la positividad de cómo habitualmente se vulnere una establecida racio-normatividad intelectiva, de manera más menos explícita, en los foros del (interesado) discurso sociopolítico (y su intención de poder), cuestión a estudiar desde una perspectiva metadiscursiva al respecto del condicionaje discursivo.

*RACIONALIDAD NORMATIVA y ERRORES COGNITIVOS. OTRAS OPCIONES. De un modo más técnico, un sesgo cognitivo sería una manera de conceptualizar un cierto proceso psico-cognitivo, el cual, atendiendo a un determinado estándar o canon racio-normativo, se podría considerar una ‘desviación’ en el procesamiento intelectivo dedicado a interpretar la información disponible en un momento dado; a partir de aquí, se podría ser más o menos radical al estimar tal desviación, y, desde la consideración de un ideal de racio-intelectualidad (ver tradición racio-occidentalista), pasar a calificar su juicio derivado como irracional, defectuoso, infundado, tendencioso, distorsionado, etc. Cabrían a la sazón, tres maneras básicas de encarar tales ‘desviaciones’:

  • Clásica racionalista: el sesgo sería simplemente un proceso intelectivo defectuoso/erróneo o irracional;
  • Psicológica: el sesgo o error cognitivo tendría consecuencias-motivos psicológicos; la cuestión de nuestro equilibrio psico-emocional en general, y, en específico, el estudio de cómo haya de afectar lo que pensemos sobre lo que sintamos (si pensásemos ‘mal’, entonces podríamos sentirnos mal, o peor), tiene ya una tradición[i], desarrollada a su vez por una serie de profesionales de la mente:
    • El psicoterapeuta A. Ellis (1955) se percató de hasta qué punto nuestras ideas (nuestro discurso, o cómo interpretamos lo que acontece-es y lo que vivenciamos) pueda afectar a nuestras emociones; comenzó a elaborar un catálogo de creencias emocionalmente tóxicas, que además consideró como irracionales (errores cognitivos, entonces);
    • L. Festinger (1956), psicólogo social norteamericano, trató de entender lo que él denominó disonancia cognitiva (cómo es posible que sigamos aferrados a determinadas creencias, a pesar de posibles inconsistencias -hechos, argumentos-, y de que ello nos produzca incomodidad), estimándola como la causa de diferentes sesgos, como el de confirmación, estudiado por P. Wason (1960);
    • A. Beck, psiquiatra que en la década de los 1960 ahondó más en la cuestión, advirtiendo de cómo la depresión sea el resultado de visiones negativas poco racio-realistas acerca del mundo;
    • D. Burns, psiquiatra estadounidense que ya en los 80’ llevó a cabo su etiquetado de las distorsiones cognitivas, tales como: “saltando a las conclusiones”, “pensamiento del todo o nada”, “teniendo siempre razón”, “sobre-generalizando” y “catastrofizando”;
  • Heurística: como vemos, el asunto de los sesgos ya había sido tratado con anterioridad; no obstante, fueron D. Kahneman y A. Tversky en 1974 (Judgment under Uncertainty: Heuristics and Biases; Juicio bajo incertidumbre: Heurística y sesgos) los que introdujeron el concepto en su examen de situaciones confusas o urgentes, cuando hay que pensar y decidir bajo una dosis interesante de incertidumbre; esta sería una visión que se entendería más realista-descriptiva (en relación a esa mentada más idealista-normativa), pues ese estudio nos vendría a mostrar hasta qué punto ya no seríamos tan racionales, y cómo ello pueda venir exigido por nuestras situaciones prácticas, más habituales de las que quisiese nuestro ánimo de racio-control.

Respecto a la aproximación más psicológica, venimos subrayando la figura de A. Korzybski, auténtico pionero en advertirnos que lo que pensemos no tendría por qué coincidir con la realidad (véase Kant), y en cómo dicho pensamiento (acostumbrado/habituado) pueda afectar a nuestras emociones y relaciones sociales. Aunque consideremos como derivados diferentes enfoques más cognitivo-normativos (p.e., el de Ellis, o luego el de Beck), se puede decir que el punto de vista inicial de Korzybski era más humanista, o menos preocupado por el asunto de la irracionalidad (y los posibles sesgos); esta orientación sería la que, a la postre, seguiría F. Perls y su terapia Gestalt. Esto apunta al mismo debate, ya vetusto, sobre la racio-normatividad: ¿en qué canon se fundamentaría?… y, ¿dónde se hallaría dicho canon?… pues, ¿acaso sesgo no sea un término excesivamente connotativo, que en el fondo haya de implicar, sí o sí, un apriori necesario de racio-normatividad?…

*DISCURSO, CONDICIONAJE y PODER. Así, la orientación humanista (vs. nuestra tradición racio-occidentalista), en vez de preocuparse en si una supuesta irracionalidad nos esté dañando el equilibrio emotivacional, apuntaría al hecho de que una idea o estructura discursiva (la que sea, sin entrar en su mayor o menor racionalidad) nos esté condicionando la percepción de manera tóxica, y enfatizaría nuestra capacidad real para poder cambiarla. Nos damos cuenta que, de esta forma, estaríamos superando el debate sobre la racio-normatividad, dejando atrás la metafísica de una razón objetiva y aséptica (racio-idealidad), esto es, exenta de condicionaje, para encarar la positividad de cómo funcione nuestro intelecto, enmarcado en un complejo sistema, tan interactivo como interrelacional, en el que nuestros procesos discursivos supongan una amalgama, no sólo de ideas, sino de estímulos, emociones, motivaciones, valores, intereses… Es de este modo cómo se comprendería mejor (es decir, no tildándolos de insanos o aberrantes) cómo numerosos discursos sociopolíticos, más que atender a la racio-normatividad (el estimarnos como seres racionales, o el valorar tal racionalidad como conveniente a nuestra emocionalidad), se vean guiados por una determinada intención de poder (aunque ello no se suela mostrar con claridad); entonces, en este caso, ¿qué sentido tendría el censurarlos como sesgados?… es más, ¿a qué calificar de sesgado un discurso, si todo discurso no pueda ser más que condicionado?… es más, ¿y si la misma racionalidad no haya sido sino una herramienta discursiva utilizada para hormar a los sujetos, ello utilizado por las propias instituciones y estamentos? Apoyándonos en las inquietudes de autores filósofos, como Marx o Foucault, podemos llevar a cabo una investigación más profunda sobre el discurso y su condicionaje, en el que la racionalidad no se instituya más que como una variable (no como un apriori), digna de estudio y valoración, cuestionando, no ya el papel de la racio-ciencia en nuestra sociedad, sino además el que las personas racionales hayan de ser las más felices (o las más equilibradas… o las más humanas), o incluso el que exista un canon de felicidad y racionalidad.

*RACIOCRÍTICA. Una vez llegados a este punto deconstructivo, la idea no sería caer en un aborrecimiento de la razón (véase Nietzsche, Foucault o Heidegger), sino en depurarla de su metafísica, ello para un fin humanista, es decir, para que nos sirva como útil a los humanos. El intelecto racional (el del hemisferio izquierdo), se entendería así como, ya no sólo parejo al intelecto intuitivo (el del hemisferio derecho), sino como inserto en el mentado sistema complejo, compuesto de tanto procesos algorítmicos como heurísticos, cada cual con su funcionalidad. Igualmente, la racionalidad se entendería en su capacidad, tanto fundamentadora (proclive a condicionar, y a verse condicionada) del discurso, como crítica (dirigida a poner en entredicho el condicionaje) con él, en un punto de equilibrio que esta investigación denomina raciocrítica.


[i] Podemos remontarnos someramente a aquellos que ya intuyeron el poder de las ideas sobre nuestra psique y comportamiento. Comencemos por A. Adler (1870-1937): ya por los años 20’, el psicoanalista habría adelantado que el comportamiento de una persona proviene de sus ideas. Sigamos con A. Korzybski (1879-1950): este científico y filósofo polaco-estadounidense fue de los primeros que llamó la atención sobre hasta qué punto nuestras estructuras de lenguaje-pensamiento (o discursivas) pudiesen ser la causa o condición de emociones tóxicas y destructivas, las cuales podrían suponer conflictos innecesarios en el trato socio-convivencial; la obra de este autor influyó en la terapia Gestalt de F. Perls, la terapia racional-emotiva-conductual (TREC o REBT) de A. Ellis (1913-2007), y, más recientemente, en la programación neurolingüística (PNL). Se ha de destacar así a F. Perls (1893-1970): en la década de los 40’ comenzó a desarrollarse el movimiento terapéutico Gestalt, a partir de su énfasis sobre el papel de la percepción en la construcción de la realidad. También debemos recordar a Karen Horney (1885-1952): en los 50’, la psicoterapeuta germano-estadounidense había sugerido que tendríamos que liberarnos de la «tiranía de los deberías». Hay desarrollos más actuales, como el de J. Kabat-Zinn (1944-), y su insistencia en que uno no es sus ideas o pensamientos, en su aproximación al mindfulness, u observación de los procesos mentales (incluye los cognitivos) de la manera más desapegada, desde un trabajo práctico de meditación (tradición oriental), a diferenciar de una perspectiva objetiva o trascendental (tradición racional occidental).

Deja un comentario