«La medicina no se pregunta si la vida es digna de ser vivida o cuándo deja de serlo. Todas las ciencias de la naturaleza responden a la pregunta sobre qué tenemos que hacer para dominar técnicamente la vida. Las cuestiones previas de si debemos conseguir, y en el fondo queremos, ese dominio y si ese dominio tiene verdaderamente sentido, no son tenidas en cuenta o, simplemente, son contestadas de antemano afirmativamente»

M. Weber, El político y el científico

*CONVIVENCIA de CULTURAS, CONDICIONAJE DISCURSIVO y RACIONALIDAD. Convivimos con otros humanos, con los cuales podemos coincidir en nuestros discursos y estructuras discursivas, o no, ya sea en general (patronajes, cosmovisiones), ya en nuestro lugar de trabajo (culturas corporativas), incluso como científicos más o menos profesionales (paradigmas). Una investigación positiva del discurso, o metadiscursiva, nos descubre así hasta qué punto estamos condicionados en nuestro decir-inteligir por tales patronajes, cosmovisiones, culturas o paradigmas (metafóricamente, por las gafas que llevamos para aprehender, y manejarnos con, lo que acontece-es o el mundo). Como remedio, en Occidente hemos contado con la tradición (renovada en la Modernidad-Ilustración) de la racionalidad, la cual, ya sea la científica (que buscaría contrastación), ya la crítico-filosófica (que se aplicaría en la interrogación deconstructiva), se enfrentaría al condicionaje, para empezar, buscando desvelarlo. La cuestión es que la racio-cientificidad habría sufrido una deriva dogmática e idealizada (tradición racio-occidentalista), ello debido a su ansia utópica de un discurso universal-objetivo y necesario, lo cual supuso, y sigue suponiendo, que la filosofía crítica haya de considerarse como más imprescindible, si cabe.

*ESPÍRITU RACIOCRÍTICO y FILOSOFÍA: DESPERTANDO del SUEÑO DOGMÁTICO. La primera vez que algo filosófico me llegó fue con ocasión de la asignatura que formaba parte del currículo escolar del último curso de bachillerato de aquel entonces, y que nos impartía el profesor Pepe Gª Gómez. Al principio me llamó la atención el grado de apertura del propósito filosófico, que en su momento no supe distinguir si era por parte de la asignatura como tal, o debido a la manera particular de mi profesor de presentarla. Con el tiempo me di cuenta de que, si bien la filosofía estaba hecha, en su esencia, de ese ánimo de diálogo abierto, no todo profesor parecía armonizarse con ello… tuve la suerte de que aquel mío, sí. Una de sus aptitudes, que con el tiempo fui apreciando cada vez más, era la de exponernos al alumnado trazados discursivos flexibles, con la mínima influencia por su parte, dejándonos a nosotros que floreciésemos en la que era nuestra primavera intelectiva, muy en una línea socrática. Acostumbrado a sacar sobresalientes en las demás materias, no era el caso de ésta, aunque sí que el profesor valorase mi actitud aplicada, motivada por el reto de tal ‘novedoso’ planteamiento. Ciertamente que mi espíritu raciocrítico se hallaba hasta ese momento en estado de adormilamiento, aunque en potencia, y tardé bastante en ser capaz de encauzarlo, hasta sus últimas consecuencias, y con la posibilidad de hacer de ello mi profesión vocacional. Sea como sea, he de agradecer a aquel profesor de filosofía el que me ayudase a despertar de mi sueño dogmático[i], haciéndome caer en la cuenta de mi capacidad de pensar críticamente, como estímulo al fluir en nuestra búsqueda colectiva y poliédrica de verdad: esto, fijo que habría de afectar a la convivencia, así como a nuestra reflexión ética. Esta tradición raciocrítica, de la que no pocos nos sentimos orgullosos… referenciándola, diciéndola… habitualmente se queda en un bonito propósito, aparcada por la inercia y consuetudinariedad del poderoso condicionaje discursivo, una estática que, se ha de decir, hasta cierto punto permitimos. ¿Por qué?…

*INCONVENIENTES PSICOSOCIALES. Ésta sería una advertencia que debemos pronunciar, pues hoy parece que el pensamiento crítico esté en boga, aplicado a la educación, además de a la formación en liderazgo y dirección de empresas; incluso lo filosófico, más allá del retiro o la biblioteca, halla un lugar en ambientes antes nada propicios, regidos por la practicidad y la utilidad… quién lo iba a decir, después de tantas décadas de predominio social pragmático-positivista. Como antes, como siempre, el filósofo no puede más que estimar la racionalidad como, no sólo apropiada, sino necesaria, ello a pesar de los inconvenientes psicosociales que comporta, pues lo habitual sea que contrastar-cuestionar el discurso (y el metadiscurso) de otro, o, más arduamente, de otros, nos lleve a tensionar nuestras relaciones sociopolíticas[ii], sean más cotidianas, o más trascendentales. Si la racionalidad, especialmente la crítica, surgió como límite al condicionaje (especialmente frente al dogmático), el condicionaje (aunque no sea dogmático) se nos aparece como un marco para nuestro discurrir, que algunos, excepcionalmente, son capaces de reblandecer, ello cuando parece no haber más remedio, pues, la positividad del asunto nos enseña que no podemos estar todo el día objetando, debatiendo y discutiendo, al peligrar con ello la actividad organizativa ordinaria que sea: conservación y progreso deben equilibrarse, cada cual con su tempo. En ello, en hallar ese punto, debemos aplicarnos, para que los aprendices de pensamiento crítico no se confundan, dejando que anide en ellos la idea agresiva de que cualquier cambio de estructuras (discursivas, organizativas) vale. Ahora bien, cuando llega el momento de cuestionar, y no es fácil determinar dicho momento, ahí es cuando no podemos mirar para otro lado, cuando no podemos sucumbir, sea a la molicie, sea al temor de ser apartados… y en ese momento, si bien es cierto que las enseñanzas socráticas nos puedan servir de mínimo apoyo, el peso de nuestro cuestionar dependerá principalmente de nosotros, de nuestra particular determinación.


[i] Tal y como Hume fue reconocido en tal menester por Kant… ello con las oportunas distancias, claro, más referidas humildemente a mí, que a mi entrañable profesor.

[ii] Véanse los experimentos (1963) de S. Milgram sobre la voluntad de obedecer a las figuras de autoridad, incluso cuando las ordenes entran en conflicto con la conciencia de uno; véase también el controvertido experimento de la cárcel de Stanford (1971) de Ph. Zimbardo que muestra cómo las personas se adaptan a los roles que se les asignan

Deja un comentario