Trumpismo, totalitarismo y psicoanálisis

*TRUMPISMO. Vale. La cuestión es por qué la llegada de Trump al poder pueda suponer un estímulo para recordar las circunstancias de nuestro legado veintesco (del siglo precedente), así como el papel de los diferentes protagonistas, políticos (Hitler, Lenin, Stalin) o intelectuales (la Escuela de Frankfurt). Antes de nada se torna preceptivo advertir que toda investigación, aunque no pueda evitar los condicionantes valorativos (tampoco los emocionales), por lo menos debería intentarlo, debería intentar tener como un objetivo el apoyarse fundamentalmente en los hechos: al igual que M. Rajoy ganó las dos últimas elecciones en España (sin ningún tipo de tongo ni golpe de Estado), al igual que la dirección del Partido Socialista Obrero Español reglamentariamente decidió no apoyar a su secretario general P. Sánchez, Trump ha conseguido que le voten algo más de cuarenta y ocho millones de estadounidenses, y por ello le veremos sentado en el despacho oval. Una apreciación subjetiva, un deseo, una antipatía, un esquema de valores, no puede enturbiar la percepción como para decir otra cosa. Si en vez de dejarse llevar, la voluntad pudiese mantenerse firme, la reflexión podría entonces encaminarse a dilucidar las circunstancias que hayan posibilitado estos hechos, incluso se podría pedir, en un ejercicio de honestidad y autocrítica (bajo el imperativo de mirar la viga en el ojo propio antes que la paja en el ajeno), el revisar cómo uno, o nuestra sociedad, o la comunidad con la que nos sintamos más afines, o las ideas con las que nos sintamos más identificados, hayan podido contribuir a que los hechos hayan ocurrido (o pudiesen ocurrir en el futuro) de esta guisa.

*POPULISMO. Veamos. Una primera analogía que se podría destacar entre principios del s.XX y principios del s.XXI sería su caracterización como época de crisis: derrumbe de los zares en Rusia (y revolución comunista), caída de los káiseres en el Imperio germánico (y llegada del nazismo), con la sombra continua del posible colapso intra-causal del capitalismo (crisis del 29) identifican la época de entreguerras; aunque a bote pronto no parecería justa una comparación objetiva, digamos que, para lo que sea nuestro acomodado tiempo (como sociedad en general, diferente a la legítima desazón que puedan sufrir las personas por sus circunstancias), la última crisis económica, además de haber afectado ásperamente a las clases menos privilegiadas (¿y cuándo no es así?), también se podría vincular a un trastoque en nuestros valores respecto del modo de organizarse socio-políticamente: sí, este es el terreno abonado para los totalitarismos y los populismos (aconsejable lo ilustrativo de este vídeo de Gloria Álvarez).

*LA GENTE. Bueno. Esta última observación nos introduce en la cuestión de la política y comunicación de masas: ¿quiénes suelen apoyar los movimientos totalitarios y populistas? Seres humanos. ¿Qué se pretende advertir con ello? Cuarenta y ocho millones de seres humanos han apoyado a D. Trump; casi ocho millones de seres humanos apoyaron a M. Rajoy en estas últimas elecciones (superando incluso los algo más de siete millones que lo hicieron en las anteriores). A cada uno de ellos les ha apoyado, no una masa impersonal, no un conjunto de números de serie, sino uno a uno un gran número de personas. Cabría considerar, como hacía Lenin, que la gente es tonta, que las elecciones son amañables (esto lo vino a sugerir el mismo Trump), que los media pueden dirigir la democracia, o que la democracia es el gobierno, no de la mayoría, sino de la mayor tontería. Expongamos algo al respecto. Lo primero, se ha de decir que si alguien quisiese cambiar (a mejor) las reglas del juego (en este caso democrático), lo suyo sería trabajar en ello desde dentro del propio juego; pero si uno creyese que las reglas del juego (democrático) no son legítimas, lo suyo sería no someterse a ellas (quedarse fuera del juego, no necesariamente como un pasmarote): por lo tanto, si uno se somete a una votación que considera legítima (sino no fuera el caso, no debería así someterse), ¿cómo justificar el no aceptar el resultado? Lo segundo, se ha de censurar el uso del término gente, como una idea sencilla para una realidad compleja: gente (o lo que es peor, gentuza) es el típico termino que utilizamos para simplificar y homogeneizar, para eludir el escenario plural de otros seres congéneres, pero asimismo para desvincularnos de ellos… ¡cómo es la gente (entre los que, por supuesto uno no se encuentra)!, ¡cómo se le ocurre a la gente votar a Trump (o a Rajoy, o en contra de P. Sánchez)! Es fácil demonizar a ese objeto gente, es fácil no sentir ningún aprecio por él, es fácil odiarlo. A la par que el término gente, otro que debería censurarse es poder, por lo menos en su significación acostumbrada: también se utiliza para eludir la responsabilidad…la culpa (de todo) la tiene el Gobierno, el Estado, los funcionarios, el Poder…ya murió Dios, así que ya no nos sirve de Atlas; de modo diferente, se habría de constatar, animados por Foucault, la rarificación del poder, su omnipresencia, su cotidianidad…allá donde nos relacionemos, allá donde convivamos, todos y cada uno ejercemos poder.

*SOLUCIONES SIMPLES a PROBLEMAS COMPLEJOS. Vayamos terminando. Trump no es (todavía) un líder totalitario, pero con su discurso ha dado muestras de aquellos dejes que recuerdan a otros líderes tan ensimismados como displicentes con el resto de los humanos, incluyendo también a aquellos que les apoyan. Sea como sea, el totalitarismo en una postura de raíces extremistas, fanáticas, eminentemente viscerales, que parten de y se aprovechan de la flojera coyuntural de los seres humanos golpeados por la vida, de su falta de ganas para que se les explique que nunca han existido soluciones simples para nuestros problemas sustanciales, de su miedo a la libertad…ese miedo que pulsa para que se siga al más chulo del barrio (y la chulería tiene diferentes formatos: el vaquero es uno de ellos) cuando uno se siente perdido y/o agraviado. Ante una depresión tal, se puede invocar al espíritu raciocrítico de esos humanistas frankfurtianos: critiquemos pues, pero no demonicemos, ni siquiera a Trump…critiquemos pues, pero no sólo a los demás, sino también a nosotros mismos…y dispongámonos a mantener a raya al fanático que todos llevamos dentro. Decía Fernando Trueba que él no creía en (no eran fan de) Dios, y que solo creía en (solo era fan de) Willy Wilder; el humanismo (de Horkheimer, de Fromm, de Popper, y de otros tantos) anima a ser en todo caso fan del ser humano, empezando por uno mismo, como individuo consciente y libre decisor. Reconozco ser fan además sólo de First Dates y de Yulia Demoss.

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