«La duda no es un estado muy agradable, pero la certeza es un estado ridículo»
F-M Arouet, más conocido como Voltaire, en una carta a Federico Guillermo, príncipe de Prusia
*El FILÓSOFO ENSIMISMADO. Es usual en nuestra tradición racio-occidentalista tener una actitud un tanto peyorativa frente al filósofo y su dedicación: se suele opinar que sea una persona esnob, que se expresa mediante términos bastante rimbombantes, o con una jerga algo (o muy) esotérica o elitista, aislado del mundo y sus problemas (reales), preocupado así por asuntos metafísicos, rodeado de viejos libros en un ambiente bibliotecario, y que se comunica con la sociedad (o mejor, con un limitado sector de ésta) a través de artículos en revistas especializadas que sólo leen sus colegas (y, a veces, ni eso)[i]. Es ésta una caracterización que se puede sospechar como proveniente de un determinado modo de ver las cosas (yo lo llamo patronaje estructural: dejémoslo por ahora ahí), al que se podría caracterizar como cientifista y mecanicista. Frente a ello, algunos de tales individuos se excusan aludiendo a la necesidad de la filosofía, como una actividad humana que nos engrandece, o que nos hace ser mejores, que nos constriñe a pensar más y mejor; la cuestión es que ello parece plantearse en un modus defensivo/justificativo, que partiría de la asunción de determinadas premisas, y que nos llevaría a la perpetuación de esta incómoda sensación de que haya algo en todo esto que no se acabe de asumir, a pesar de su obviedad:
no hay nada que haga un humano, que no sea humano
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