Psicomodidad como némesis emboscada

«Nadie cometió mayor error que el que no hizo nada porque sólo podía hacer un poco»

atribuida a E. Burke

*Del OPTIMISMO OCCIDENTAL a la SUSPICACIA. Tras la caída del muro de Berlín, hace algo más de tres décadas (sí, el tiempo pasa… de las pocas certezas) pudo parecer que, con él, también se hubiese extenuado para Occidente todo mal[i], incluso solucionado, sino todos los miedos, puede que uno de los más significativos, sino el más (significativo). Sin embargo, en vez de dejarse embelesar por un (supuestamente) merecido largo rato de sosiego, una percepción algo más suspicaz llamaría la atención sobre ciertas cuestiones que, como nimias, pudiesen haber pasado desapercibidas para alguien que no haya curioseado en profundidad sobre lo que nos hace ser cómo somos. Ello iría acorde con la índole de nuestro mundo, en el que parece que las apuestas y manifestaciones abiertas y ostensibles no estén de moda, seguramente que todavía asustados por lo que tales manifestaciones nos trajeron en la centuria pasada[ii]. Así, por un lado, cabe que nuestra beligerancia haya ido encontrado ese formato de guerra cultural, más llevadero, debido ello a la persistencia de nuestra ansia de dominación (económica, sociopolítica… la que sea); por otro, no deberíamos dejar que pasasen como inadvertidas, para con nuestra convivencia, dinámicas más cotidianas de crispación, odio y enfrentamiento (cfr. Schopenhauer) que nos sigan acompañando, como nuestra propia humanidad.

*ALGO ACECHA. Podríamos entonces decir que, para los habitantes del oeste del mundo, hoy ‘nuestros males’ no sean del todo notorios, sino que nos esperen emboscados[iii], ahí, en la sombra, ocultos bajo un sempiterno manto de odio y egoísmo… Entre tales dolencias, tendríamos que destacar nuestra propia forma de encarar los mismos problemas, acomodada y moliciosa… ello bajo el hechizo de un cierto ideal de racio-felicidad (estado del bienestar), parejo a uno de racio-salubridad (de persona mentalmente sana); a este fenómeno complejo, para su estudio más pormenorizado lo hemos denominado como psicomodidad, pues dicha actitud comienza por empantanar nuestra mente, para, a partir de aquí, viciar nuestro discurso y curso de acción como individuos, y, al final, como cultura. De esta guisa, la búsqueda de la felicidad se torna en demanda de psicomodidad, una dinámica por lo demás perversa, al funcionar tanto infraestructuralmente (en niveles bastante subconscientes, y abiertos a la manipulación), como másica (se aprovecha de la homogeneidad colectiva) e inercialmente (sigue, y sigue… no necesita de otro estímulo que ella misma).

*OCCIDENTALISMO y UTOPÍA: el LENTO (e INDIGNO) OCASO de OCCIDENTE. Se ha de advertir que, obviamente, todo ello se le aparece a un occidental, en el seno de (y condicionado por) una cultura (occidental), y en el marco de un mundo en el que todavía podríamos decir que predomina occidente, o eso sea lo que nos creamos nosotros (los occidentales) desde nuestro centrismo occidentalista, un desequilibrio que, a la par, pudiese estar detrás de ese creernos que tales dolencias se hubiesen acabado ya, pues, proviniendo todas del este comunista, al caer éste (o, por lo menos, una parte notable), o al caer en su característica amedrentadora, pues ya estaba todo hecho… no sé qué sea peor, si el vivir dependiendo de (o proyectándose hacia) un sueño utópico, o el creerse que una utopía se haya ya materializado. Y, sin embargo, es la utopía de Occidente lo que se desvanece, al igual que otros megalómanos proyectos precedentes; pero esto no es lo preocupante, pues todo lo que es de este mundo acaba perdiendo vigor y muriendo, parece que de modo inevitable, en un ciclo interminable. La cuestión que nos tendría que preocupar sería el modo en cómo ello acontezca, básicamente, de manera digna, o de manera indigna. Según yo lo entiendo, y según mi concepto de dignidad, se moriría de manera indigna cuando uno, o una civilización, haya sucumbido al control y la molicie (como sea la psicomodidad), y se moriría de manera digna cuando se continuase, sea por el individuo, sea por la cultura que fuese, apostando por la creatividad y la vida, hasta el último momento. No preocupa el crepúsculo como tal de mi civilización, sino una indigna muerte de Occidente.

*PSICOMODIDAD y CONSCIENCIA. Se puede constatar que los humanos, cuanto más moliciosos, psicoacomodados y en estado másico nos hallamos, más proclives somos a la toxicidad emocional, el odio y la enemistad: es por ello que este estudio anima, en pro de la convivencia, a tomar consciencia, desde una metaperspectiva, de esta dinámica de dormirse en los laureles de la utópica felicidad, la autocomplacencia y la vanidad. En vez de este proceso decadente, desde un humanismo se anima a sustituir como sentido de vida un equilibrio personal que, para empezar, modere el mismo mentado odio y los procesos tanáticos (gestión emotivacional), así como fomente capacidades proactivas, como nuestro pensamiento crítico, el cual nos ayudaría a evitar la ingenua creencia de que, simplemente por occidentales, somos mejores e imbatibles, y que nuestra cultura definitivamente haya triunfado, porque no podía ser de otro modo. La psicomodidad que padecemos los occidentales se me aparece entonces como una especie de némesis, y además, emboscada…


[i] Ver El fin de la historia y el último hombre (1992), de F. Fukuyama; ver “El fin de la historia marxista soviética” en Guerras Culturales II.

[ii] Ver El siglo de la revolución (2017), de J. Fontana.

[iii] De una conversación con mi buen Pepe Gª Osuna y otros amigos contertulios.

Deja un comentario