«Basta con que yo crea que estoy en peligro […], para que inmediatamente el mecanismo se ponga en marcha. En este caso ya no se habla de miedo, sino de angustia o ansiedad. […] Puesto que uno de los componentes de la reacción de miedo o angustia es la contracción muscular, resulta que a lo largo de nuestra vida hemos ido contrayéndonos una y otra vez en general de forma innecesaria o desproporcionada»

E. H. Lozano, Entrenamiento en Relajación Creativa

*EQUILIBRIO PERSONAL vs. DICOTOMIZACIÓN. ODIO, THANATOS y PSICOMODIDAD. A pesar de la constatación positiva del odio, de modo esperanzador se hace notar que podemos, cara a nuestra convivencia, gestionar nuestras emociones-motivaciones, diferente a erradicarlas; es más, frente a utópicas búsquedas de la felicidad[i], y contra la inercia moliciosa que suponen nuestros contemporáneos estado másico y psicomodidad, se ha de advertir que debemos gestionar nuestras emociones-motivaciones, especialmente las thanáticas, distinto a controlarlas. Para ello, desde Buda a Korzybski y Perls, desde Sócrates a los hermanos H. Lozano, contamos con una tradición humanista de estudiosos, más teóricos, más prácticos, más míticos, más contemporáneos, que se han visto estimulados por ese reto. Podemos decir que tal gestión habría girado en torno a un concepto y valor que venimos destacando, el equilibrio personal, en específico el emocional, que podríamos definir como una compostura en nuestros afectos y sentimientos. Este estado-proceso de equilibrio emocional no debería confundirse con tradicionales conceptos excesivamente connotativos (por no decir que quiméricos) como ‘bienestar’ o “encontrarse bien”, pues la dimensión emocional ha de suponer en su esencia una dinámica de ‘sube-baja’, de momentos más o menos agradables, que se derivan de que ciertamente estemos vivos. Por lo tanto, el objetivo (único posible) de una gestión en equilibrio en relación al asunto que nos compete, una vez aceptado, tanto que todas las emociones-motivaciones tengan su sentido (no deberíamos erradicarlas, y además no podríamos), como que tales emociones-motivaciones posean una dinámica polar (no deberíamos intentar controlarlas, además de que no podríamos), consistiría en evitar la dicotomización[ii] psíquica en general, y en específico, la emotivacional, de la que puedan resultar estados tóxicos.

*La EMOCIÓN y su SOMATIZACIÓN. El PROBLEMA de la DUALIDAD CUERPO-MENTE. Sea como sea, un paso previo a cualquier gestión emotivacional nos exige aclararnos lo que podamos sobre lo que suponga la dimensión emocional, lo cual podría llegar incluso a invalidar ciertas visiones fracturadas, provenientes de cómo la problemática dicotomización pueda llegar a afectarlo todo, no sólo nuestras emociones y motivaciones, sino también nuestros discursos, para el caso aquel sobre justamente nuestro cuerpo y nuestra mente. Y es que en Occidente tendríamos también una dilatada tradición dualista[iii], que para el caso nos habría legado un rígido postulado, el de cuerpo-mente[iv] (proveniente de un postulado más ontológicamente general, el de materia-espíritu). Este postulado dificultaba la gestión equilibrada de las emociones, para las cuales no se hallaba un espacio entre dimensiones que se consideraban inconmensurables: es decir, no se sabía si la emoción era una cuestión más mental, o más somática… Descartes, p.e., la habría considerado inicialmente inserta en el sistema corporal. Más cercanos a nuestro tiempo, diferentes estudiosos de la psique comenzaron a preocuparse por un proceso insalubre, según el cual se entendía que determinados desequilibrios emocionales (p.e., una angustia estancada) pudiesen provocar patologías funcionales, dado que, tras la aparición de determinados síntomas físicos recurrentes (pero con la posibilidad de ser distintos según el sujeto), no se podía determinar (y justificar) una causa a su vez física. Este proceso hoy se conoce como somatización emocional, el cual, integrado con un concepto más complejo y holista de nuestro sistema mental-corporal, supondría que nuestra mente (ideas, pero también emociones,…) pudiese ‘corporeizarse’[v], con lo que, el postulado de dicotómica inconmensurabilidad se vería profundamente cuestionado. A este estudio de los trastornos psicosomáticos se habrían dedicado de modo encomiable (especialmente para mi trayectoria) los psiquiatras y hermanos Eugenio y Julio H. Lozano, dos preclaros ejemplos de mente científica flexible y abierta (no dicotómica), y que formarían parte de ese grupo de ‘equilibristas’ que habrían buscado caminos del medio, al igual que marcos interpretativos flexibles.

*GESTIÓN EMOTIVACIONAL y FORO TRIPARTITO: de la POLARIZACIÓN a la BIUNIVOCIDAD. Estudios como el de los H. Lozano habían sido capaces de resaltar el papel clave que las emociones habrían jugado como engranaje entre esas dos piezas que parecían llamadas a reñir, nuestra mente y nuestro cuerpo. A partir de ello, y más allá de nuestra automática propensión homeostática, tuve que desarrollar profusamente el entendimiento de nuestra proactiva[vi] capacidad de regulación emotivacional, comenzando ello por interiorizarme y dilucidar la riqueza de nuestras emociones, así como la diversidad de nuestras tendencias o motivaciones polares (no necesariamente dicotómicas)[vii], a la par de, superando actitudes avestruzas, ser capaz de aceptar el odio, aunque, tal y como se ha indicado, como algo moderable (diferente a suprimible). Con ello me enfrentaba a esa usual tendencia a la riña dicotómica, valorándola como un esquema, además de simplonamente ingenuo, perjudicial para nuestra salud psíquica: no sólo nos dejaría en manos de, y zarandeados por, intensas emociones polares (condicionantes de nuestro comportamiento en relación con el medio externo y los demás), sino que dificultaría sobremanera el tomar conciencia de hasta qué punto tales estados radicales puedan hacer daño internamente a nuestro organismo. En mi objetivo de un equilibrio en tal dinámica de dicotomización, eché mano de una herramienta más apropiada, que había utilizado para el estudio metadiscursivo: el foro tripartito, un espacio en el que no se permitiría el predomino de ningún polo dicotómico, sino que se daría margen, desde una consciencia (tridimensional), a que cualquier discurso (o tendencia, intención, actitud, emotivación) pueda ser contraargumentado-complementado; digamos que dicho foro, aprovechando el símil, funcionaría como un tribunal de justicia, con su juez (la consciencia) y las dos partes (o discursos, o emociones, o tendencias) enfrentadas. Igualmente, y como pespunte, me dediqué a profundizar en la relación biunívoca discursividad-emocionalidad (vs. una compartimentalización entre estas dos dimensiones), en cómo la emoción condicione al discurso, pero a la par, de cómo el discurso pueda condicionar a la emoción, guiado por los trabajos, también pioneros, de A. Korzybski y F. Perls[viii], y ello, como se viene anotando, en un entorno holista[ix].


[i] Ver “Felicidad, psicomodidad y abismo” en Psicomodidad.

[ii] Ver previamente “El odio: lo esquivo y lo positivo”; ver “Equilibrio personal como sentido de vida”, “Homeostasis y proequilibrio. La gestión emotivacional”, “Buda caminando por el filo” en Egología y “Dicotomía y radical polarización como amenaza del equilibrio” en Discurso I.

[iii] Desde Platón, pasando por Descartes.

[iv] Ver “Interior-exterior y mente-materia. Proceso y sistema” en Filosofía, estructura y discurso I.

[v] Algo que podría pasar por ser tremendamente sorprendente, además de inquietante, para un férreo dualista; de todas maneras, recordemos que el gran dualista Descartes ya tuvo que lidiar, vía glándula pineal, con la fastidiosa cuestión de cómo las órdenes anímicas o mentales se pudieren concretar en acciones musculares.

[vi] Ver “Proequilibrio y homeostasis” en Egología; ver más adelante “Homeóstasis emocional”.

[vii] Ver “Gestión integral y equilibrada de tendencias/motivaciones: dicotomía/polarización y radicalismo” en Egología.

[viii] A. Korzybski (1879-1950), científico y filósofo polaco-estadounidense, fue de los primeros que llamó la atención sobre hasta qué punto nuestras (acostumbradas/habituadas) estructuras de lenguaje-pensamiento (o discursivas) pudiesen ser la causa o condición de emociones tóxicas y destructivas, las cuales podrían suponer conflictos innecesarios en el trato socio-convivencial; aceptando este condicionaje discurso-emoción, cabría entonces sanarnos en nuestras emociones si nos ‘sanásemos’ en nuestros discursos e ideas, reestructurándolos; para ello, lo primero que habría que hacer sería no identificar tales discursos con la realidad, pues, como dice el propio Korzybski, “el mapa no es el territorio” (ver Kant), lo cual ayudaría a dar a tales estructuras un carácter contingente (no necesario), y por lo tanto mudable/intercambiable; la obra de este autor influyó en la terapia Gestalt de F. Perls (1893-1970), la terapia racional-emotiva-conductual (TREC o REBT) de A. Ellis (1913-2007) y la programación neurolingüística (PNL).

[ix] Esta concepción tiene como precedentes, en la antigüedad la relación holista cuerpo-mente en Galeno, así como la podemos hallar posteriormente en otros pensadores neoplatónicos del renacimiento; ya más contemporáneamente, nos viene a la cabeza la concepción holista (no analítico-estructuralista, como la de Titchener) de W. Wundt, que, para empezar, y escapando del dualismo ontológico metafísico (hasta cierto punto todavía secundado por F. Brentano), dejó bastante claro que los eventos ‘externos’ e ‘internos’ no supondrían dos cosas diferentes, sino dos diversos puntos de vista que usamos en el conocimiento y en la exposición científica de la experiencia en sí única, de tal manera que la relación entre las ciencias físicas y la psicología no debería entenderse en términos de oposición, sino de complementariedad; también debemos traer a colación el tratamiento de los procesos de pensamiento por parte de Külpe y los de Wurzburgo, así como el de la organización perceptual por parte de W. Köhler y la escuela Gestalt.

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